
Por la Psicóloga Mirna Segovia.
El rostro es el lugar más humano del hombre.
Quizás el lugar de donde nace el sentimiento de lo sagrado.
David Le Breton.
El pasado 5 de abril entró en vigencia la resolución del Consejo General de Educación de la provincia de Entre Ríos por la cual se establece el uso opcional del barbijo por parte de estudiantes, personal docente y personal auxiliar de educación dependiente de tal organismo.
No fue fácil asumir la utilización del barbijo. Lo que comenzó como medida de protección de la salud fue tomando con fuerza el carácter de “deber cívico”. Y aunque parezca una rareza, muchas personas se resistirán a dejar de utilizarlo. Las razones de ello van más allá de la libertad responsable de la que se habla frecuentemente. Tienen que ver con un complicado mundo de emociones y pensamientos que configuran el comportamiento y que ha llevado a que el barbijo sea depositario de cargas emocionales y simbólicas.
Cubrir la mitad de nuestra cara con el barbijo ocultó parte de la gestualidad y cambió la forma en que nos comunicábamos. Implicó poner una barrera a las habituales formas y sensaciones del saludo mejilla con mejilla y un impedimento para el beso espontáneo y confiado; no obligó a buscar soluciones a problemas que antes no teníamos (a las alergias a las telas que tocaban la cara, a la manipulación de los anteojos, a la modulación de la voz, etc).
Adaptarse al uso del barbijo requirió aprendizaje en la medida que se iba dando cada uno lo investía de un determinado valor y sentido. Afectó la vivencia de nuestra corporeidad e imagen corporal. Algunas personas lo hicieron portador de sus sentimientos de seguridad e incluso pudo haberse integrado a la propia imagen corporal como elemento que iba en beneficio o en desmedro de la apariencia.
Es posible entonces que, ante la libertad que se otorga desde los organismos oficiales para optar por el uso o no del barbijo, haya quienes se nieguen a quitárselo debido a miedos, inseguridades, desconfianzas y desconcierto: miedo a contagiarse, desconfianza en el que está al lado y no lo utiliza, indefensión ante el propio estado de salud, inseguridad sobre su apariencia. Es en estudios sobre adolescentes en los que se ha comprobado la resistencia a dejar de utilizar el barbijo por haberse asumido como un elemento que les proporciona el “beneficio” de ocultamiento de rasgos faciales que consideran feos, desagradables o que los avergüenzan ante los demás.
Con el rostro cada persona se identifica. La pandemia ha moldeado el modo de mostrar el rostro, su forma y sus movimientos. Hemos de contemplar, sin presiones, la necesidad de aquellos que requieren de un mayor tiempo para “des-cubrir” su rostro. Desprenderse del uso cotidiano del barbijo es un acto que compromete a todo el psiquismo en el trabajo de reconstruir lo que ha significado llevarlo puesto durante estos dos años. Es desprenderse de inhibiciones, de seguridades o de temores. Dialogar de todo ello con quienes puedan escuchar de modo comprensivo y sin descalificaciones será un modo de avanzar en ese proceso de nueva adaptación.
Pero mejor te lo digo en versos:
Que ahora el uso del barbijo
es una cuestión opcional
escuché en las noticias
y comencé a rememorar:
¡cuánto hemos vivido
padres, maestros y niños
al querer inculcarlo
en pos de la salubridad!.
Colocarlos requería
toda una explicación
para que “los peques” cedieran
a una voluntaria aceptación.
Algunos con rebeldía
se los querían arrancar,
y como a un juguete los más juguetones
los querían intercambiar.
Padres y docentes insistían
en que tapando la nariz debían estar
y luego soportaban mil quejas
de los que no podían respirar.
Que el elástico se salió,
que la pelusa me da picor,
que lo perdí no sé donde,
que me da mucho calor.
Que yo siempre lo llevo,
y aquel otro se lo olvidó,
que si habrá sido el motivo
por el que fulanito se contagió.
Que todos tengan el nombre,
que sean de tal color;
¡a la escuela sin dibujitos,
que es motivo de distracción!
Con paciencia y con el tiempo,
lo aprendimos a utilizar
¿qué pasará ahora que nos han dicho
que ya lo podemos dejar?
Para algunos no será fácil
sobrellevar la transición
miedos e inseguridades
asomarán en mente y corazón.
Si una persona se siente libre
al sacarse el tapabocas
ha de comprender también
al que ésto malestar le provoca:
temores a contagiarse
y también a contagiar,
dudas sobre cómo se verá el rostro
sin nada que lo pueda tapar.
El barbijo influyó en la salud
y también en la apariencia
abandonarlo puede dar ansiedad
sobre todo en la adolescencia.
Sería mejor que con exigencias
a nadie se vaya a forzar
y que a aquellos que sientan miedo
se brinde un espacio para conversar.
No es en vano ni un tema menor
sobre estos cambios poder dialogar
pues la pandemia incorporó al barbijo
en nuestra imagen corporal.
Y aunque el gobierno dice que es posible
que vuelva su uso con obligatoriedad
espero que de aquellas vivencias
solo queden historias para contar;
que seguros y cómodos nos sintamos
sin preocuparnos por la apariencia
y que la sinceridad se muestre en los rostros
sin ninguna resistencia.
Mirna Segovia, 7 de abril de 2022.